lunes, 27 de diciembre de 2010

NAVIDAD



23 de Diciembre, 2010. Noche.
La raíz se aferra a la tierra. Hunde sus piernas y sus dedos en las entrañas del misterio. sobre ella se erige, imponente, hierático, el tronco de un árbol. Es grueso, fuerte, alto. Antes de abrir sus ramas a la inmensidad, una figura se cincela en la madera. Es un alto relieve. Una Mujer, de pie, con los brazos abiertos y las palmas de sus manos hacia mí. Sobre su vestido, por su espalda, cae un manto, la talla revela una tela fina, suave. ella está allí. ahora sí, el árbol se despereza, abre su follaje, se hace casa de muchos animales.

25 de diciembre, 2010. Noche.
Soy varón. Voy a dar a luz. Estoy en cama. Un grupo de personas atienden mi parto. No sé cómo he quedado embarazado, sólo sé que de repente llegó la hora de alumbrar. Con un poco de esfuerzo, pero sin complicaciones ni dolor, me ayudan a sacar de mi estómago a un bello niño. Es pequeñito, frágil. ¡Creo que yo tengo un bolsillo en mi vientre, algo así como un canguro. En realidad el niño nace de aquel estómago en forma de bolsa. Asoma la cabeza, luego el cuerpo. Llora. Está sano. Es un Niño. Hay felicidad.

viernes, 3 de septiembre de 2010

El Nevado del Huila y su Templo



Noche del 30 de agosto al 1 de septiembre. “Si sacas un demonio, cuida de que no se te metan otros siete, y arrecien con más fuerza”.
Es una montaña enmarañada. A lado y lado del camino hay abrojos, maleza y árboles. Se trata de la vegetación propia del altiplano. El camino es asediado por punzantes pringamozas que se deleitan en picar a cuantos caminan por allí. Generalmente son personas que viven en los arrabales de Bogotá y necesitan tomar ese camino para llegar al centro de la ciudad. A veces da la impresión de que ese camino lo transitan los habitantes de un pueblo que quieren llegar a la capital. Y por allí voy yo. Estuve conociendo esa zona y me dispongo a regresar a la urbe. Eso sí. Cada mata de pringamoza del camino me pica. Duele.
Paso el sector de las pringamozas. Tomo un camino menos concurrido pero más peligroso. Parece que hay asaltadore. Sin embargo no me encuentro con ninguno. Tan solo con muchas hormigas que se prenden de mis tobillos. Son muchas. Me quieren picar. Las logro espantar de mis pies. Algunas se quieren trepar. El caso es que lo gro pasar. Esos animalitos se me pegaron al pasar un puente de madera, un tronco en el suelo.
Salgo de allí. Pregunto a un grupo de caminantes hacia dónde debo tomar el carro para Bogotá. Me indican el camino. No voy directamente a la ciudad. Debo tomar un carro que me deje en la carretera principal y así poder tomar otro. Lo hago.
En casa, es una de pueblito, ¿Nátaga?, descanso. Recorro su larga extensión. Me asomo por la ventana del patio. Es una reja como la de mi apartamento en Garzón. Es de metal, son barrotes cuadrados. No tiene vidrio. Es grande. Me asomo. ¡Oh maravilla! El nevado del Huila está despejado. Es la montaña escarpada más sagrada y temerosa que he conocido. Se alza imponente, amenazadora. Se trata de dos cerros. El primero más alto y empinado, el otro más condescendiente. Ambos están repletos de nieve plateada. ¡Fascinante! La nieve se muestra aterradora y a la vez muy fresca. Parece una bomba de tiempo. Es sabido de todos que el nevado es un volcán. En una montaña más baja, sin embargo del mismo conjunto, se erige un templo. Parece el de la ciudad de la Plata, en el Huila. En el sueño se parece. Tiene dos torres (No sé si en verdad tenga dos torres), prominentes. Imitan perfectamente los picos del nevado. Parece que las torres crecieran a medida que uno las ve. Son de colores ocres, bermellón. Hermosa construcción que imita los castillos medievales construidos en despeñaderos. Templo y montañas hacen del paisaje la más bella experiencia religiosa…y todo en primer plano. Claro está que entre ese lugar y el lugar donde yo estoy, media un rio medio abismado. Normal en lugares como esos.
Corro a llamar a mis amigos. Creo que son Darío García y Misael. No estoy seguro del segundo personaje. Ellos van. Miran. Se deleitan.
CONTEXTO. Estos días estoy viviendo un cambio interior. Me he sentido con fuerzas para interiorizar en mi espíritu. Sin embargo, me sigo sintiendo encerrado, abocado al fango. Tengo ideales perfectos, estéticos, bellos y buenos. Me he determinado en seguirlos. Me alienta con vigor la esperanza. Me siento sostenido por el Espíritu Santo.
En la tarde de ayer visité al profesor Agustí, a su familia. Su esposa quería que observara un cuadro que estaba pintando y que le diera mi opinión. Al final de cuentas la petición era que lo terminara de pintar. Allí, en su casa, permanecimos dos horas hablando de todo un poco. Su esposo trajo varios temas sobre la vida personal, también del trabajo en el colegio. Reconocimos los aportes personales a la obra. Hablamos de los dominicos y jesuitas y casi todo el tiempo fue la alusión al arte. Resaltaron de manera especial el trabajo de pintura en el colegio. Para mí fue un poco incomodo oír que hablaban de mí como si fuera gran artista. No es así. Es curioso que me haya dado tanta humildad en ese tema. A pesar de creerme artista. Pues bien, concretamos que le daré clases de pintura a ella durante los sábados. Ella se mostró gustosa. Al parecer así sus hijos tendrán un artista cercano que les influencie bien. Al final me traje la obra y estuve trabajando un rato en ella.
También, ayer en la noche recurrí a la imagen obscena. Al inicio no quería pero terminé en ello cono si se tratará de un automatismo que brota del inconsciente, una sequedad que reclama agua. A pesar de todo, me levanté escuchando a Mozart, alegre, dispuesto a continuar adelante. Me mueve la esperanza y nada, ningún fango podrá contra ella.

La Rana y la Pirámide




Es el final del recorrido por el parque arqueológico de san Agustín. La tarde se avecina. Sin embargo, las fuerzas están jóvenes y quieren seguir investigando y descubriendo estatuas. Una de ellas es imponente. Se trata de una pirámide. No termina en punta. Es un poco achatada. Es parda, de roca dura. Parce venirse sobre el observador.
La pirámide está llena de figuras en alto relieve. Más bien se trata de grandes y pequeñas estatuas que descienden desde el nivel superior hasta casi tocar el piso. En la parte alta hay hombres tallados en piedra. También hay perros. Tales figuras guardan una magia antigua que provoca el terror con solo sentirlas presentes. Desde lo alto descienden unas ranas. Pareciera que quisieran lanzarse contra mí. Son tremendas. Es curioso que la visión en fuga se invierta. Debiera ver las lejanas más pequeñas y las cercanas más grandes. Pero no es así. El tejido de ranas son, a lo lejos grandes y a medida que se acercan, pequeñas. Entre más lejos hay menos (caben menos en la superficie de la pirámide), entre más cerca más pequeñas y mucho más grande el número.

Contexto. Este sueño precede a una etapa de salud personal. Durante mucho tiempo he estado seco en el espíritu, con tedio para la oración, incluso, en un profundo escepticismo. El escepticismo tenía por causa las lecturas de Lacan. También, tenía pereza para contemplar, pereza para orar, deseos de dormir y cansancio interior. Esto se reflejaba en mis clases. Me había vuelto neurótico, discutía y regañaba a mis alumnos con facilidad. A esto se suma la intensidad de la energía sexual y el descontrol de la misma.
A este sueño lo precedió otro: recuerdo que estaba descifrando códigos, anagramas. Solo yo pude descifrar un mensaje encriptado. Era una frase que tenía el secreto de la vida. Cuando desperté no pude recordar el sentido ni la traducción. Este se dio unos días antes de las pirámides.
Reconocimiento. Debo reconocer que el sueño de las ranas marco un hito en mi espíritu. A partir de entonces he sentido un profundo deseo religioso. Poco a poco he vuelto a tratar con la oración, con la Eucaristía y con la Palabra de Dios. He notado que soy más sensible a sus insinuaciones. Me noto sencillo y, como tal, una tabla rasa para la experiencia religiosa. Debo aceptar que toda esta reflexión está marcada por la lectura de los escritos de Lacan. De ellos me han impresionado el estadio del espejo y el sofisma cono origen de un raciocinio, incluso de la formación del yo-je. Recientemente he llegado a formular lo siguiente: las imágenes, olores y sonidos que me conectan con mi niñez y que me hacen sentir una fuerte experiencia religiosa y que me llevan a la fuente de donde se nutre mi espiritualidad, pueden ser mi verdadero yo-moi…o cruelmente, pueden ser mi primer falso axioma de donde se desprende mi espiritualidad o vocación.
Y la acción que describo, que es interior y que nace en el inconsciente y que logro entrever, se ha exteriorizado. Me da miedo decir: se ha hecho realidad. Esto debido a la desconfianza que aún tengo sobre lo que es la realidad que construye el deseo del otro. Sin embargo, se ha hecho externa de la siguiente manera:
Retorné a los ejercicios espirituales de san Ignacio recreados por Lewis S.I. Me topé con el texto de Mt 25 sobre el juicio sobre los misericordiosos y los no misericordiosos. Unos a la derecha, otros a la izquierda; unos a la vida eterna, otros al fuego. Este fue el tema del domingo y del lunes. En el colegio, en la clase de religión tuve la posibilidad de hablarles a mis alumnos de séptimo sobre la verdadera religión. Sin dirigir mi discurso hacia el tema, apareció la problemática del pobre. El verdadero hombre religioso es aquel con ama a Dios y también al hermano; ese no es mentiroso, 1 Jn 4. El pobre es el hermano, el que tiene hambre, el que esta sediento…en fin, retomé mis ejercicios en la clase. Lo hice de manera automática. Bueno, eso tiene explicación. No sería difícil hallar una.
El día transcurrió y el tema se fijo en mi mente. Por la noche me senté en mi habitación a cantar salmos. Oí las campanas de la parroquia y me dispuse interiormente a la Misa. Fui. Mi corazón me latía: vas a recibir una sorpresa. Lo intuía. Y sabía que la sorpresa vendría del Evangelio. Hoy, la liturgia propuso el texto de Lc 4 sobre Jesús en la sinagoga de su tierra: “El Espíritu de Dios está sobre mí”.
Fue una verdadera sorpresa. Pude entender la dinámica del día. La preparación fueron los ejercicios y el texto de Mateo sobre el bienaventurado que socorre a los pobres. Yo interpreté ese texto de manera muy personal. Se refería a mí como lector. Nada más que a mí. Me increpaba. Era la Palabra de Dios dirigida a mí. Yo la leía en la soledad, Ella me hablaba: si quieres ser bendito ve y ayuda al necesitado. Ahora bien, el Evangelio del día trataba sobre lo mismo. “Me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres…a liberar al cautivo”. Los dos textos empatan con una precisión geométrica.
Mi inconsciente sabía que yo iba a interpretar el Evangelio de la misa como una texto referido exclusivamente a Jesús. Él es el Mesías. Sin embargo me preparo durante la jornada para elaborar un silogismo experiencial. Primero, en Mateo, Jesús quiere que sea un servidor del amor de Dios; se trata de mi vocación. Segundo, en Lucas, el Espíritu de Dios envía a Jesús a ser un predicador del amor de Dios. Es su vocación. Pero me fundo en la suya en el momento que concluyo que ambos textos se refieren al mismo envío. Por lo tanto, el texto de Lucas, que es de Isaías, también se refiere abiertamente y con autoridad a cualquier oyente. En este caso a mí. Me siento como la viuda de Sarepta o Naamán el Sirio. Erigido como Oyente de la Palabra.
Toda esta reflexión, incluido mi estado de ánimo, mis vicios, decepciones, sueños y demás, han sido guiados por una exclamación diaria, madrugadora: Espíritu Santo invoco tu Nombre, a pesar de mi realidad, movido por lo único que me queda, la Esperanza.

domingo, 21 de marzo de 2010

Levántate llegó semiofanía


“LEVANTAOS, BENDECID A YAHVÉ NUESTRO DIOS”.
Neh.9,5b

“Salid del monte y traed ramas de olivo, de pino, de mirto, de palmera y de otros árboles frondosos para hacer cabañas conforme a lo escrito” Neh. 8,15b.
Tema: Madrugar para reconocer a Dios en la Historia.
“Bendito seas Yahvé Dios nuestro,
De eternidad en eternidad.
Y sea bendito el Nombre de tu Gloria
Que supera toda bendición y alabanza.
¡Tú Yahvé, el único!
Tú hiciste los cielos, el cielo de los cielos y toda su mesnada,
La tierra y todo cuanto abarca,
Los mares y todo cuanto encierran.
Todo esto tú lo animas,
Y la mesnada de los cielos ante ti se prosterna.
Tú Yahvé, eres el Dios
Que elegiste a Abrán,
Le sacaste de Ur de Caldea
Y le diste el nombre de Abrahám.
Tú viste la aflicción de nuestros padres en Egipto.
Contra el faraón obraste señales y prodigios.
¡Te hiciste un nombre hasta el día de hoy!
Nuestros padres, por medio del mar, pasaron a pie enjuto.
Altivos se volvieron nuestros padres,
Su cerviz endurecieron y desoyeron tus mandatos.
Pero tú eres el Dios de los perdones,
Clemente y entrañable, tardo a la cólera y rico en bondad.
Les conminaste para volverlos a tu Toráh,
Pero ellos, en su orgullo, no escucharon tus mandatos.
Tuviste paciencia con ellos
Durante muchos años;
Les advertiste por tu Espíritu, por boca de tus profetas;
Pero ellos no escucharon.
Mas en tu inmensa ternura no los acabaste,
no los abandonaste,
Porque eres tú Dios clemente
y lleno de ternura. Neh. 9, 5-31

“Vino Yahvé, se paró y llamó como las veces anteriores: ¨Samuel, Samuel¨. Respondió Samuel: ¡Habla, que tu siervo escucha!”. 1 Sam.3,10.
Anoche tuve un sueño. El avión aterriza. Los pasajeros de van a hace fila para registrarse en migración. Ahí estoy yo. Mi tía está en la cabeza de la fila. Registra y se adelanta para tomar el bus. Después del registro, tomamos el bus. Vamos leyendo. Mi tía ve a una monja de su comunidad y me dice al oído: “ella es tan buena. Ella fue una no-oyente de la Palabra…en el sentido que habla el libro de Jonás”. Pregunto en voz alta: “¿Cuál es ese sentido?”
Se arma la discusión. Algunos de los pasajeros sacan su biblia que tienen debajo del brazo. Una mujer busca una cita. La increpo a que responda de memoria. ¡Que no se base en las líneas del libro! Ella no puede hacerlo. Mi tía toma un texto de san Pablo. (No recuerdo cual). Es una invitación a ser Oyente de la Palabra. En primer lugar, a hacer votos al Señor. En segundo lugar, a obedecer su Voz. Cada Oyente de la Palabra es capaz de inaugurar la nueva Creación. Se vincula Palabra y Creación.
Un hombre de edad toma habla. Toma un pasaje (no recuerdo cuál), del Antiguo Testamento: no hablen, estudien o expliquen la Palabra por vanidad, arrogancia. ¿De qué sirve eso? Háganlo con entrega y por amor.
Con eso termina el viaje.
“Vino Yahvé, se paró y llamó como las veces anteriores: ¨Samuel, Samuel¨. Respondió Samuel: ¡Habla, que tu siervo escucha!”. 1 Sam.3,10.
Llego a un lugar familiar. Allí está mi abuelita. Ella está enferma. Llora mucho. Saluda a sus hijas. Se acerca después a mí. Me lleva aparte. Llora. Me dicen entre lágrimas: “Mijito. Hazme caso. Anoche me habló el Señor y me pidió que te trasmitiera este mensaje…predica la Palabra de Dios. Para eso te ha elegido, te ha llamado. Hazme caso. Anuncia su Palabra”. A medida que me trasmite el mensaje de su visión o sueño, aumenta sus gemidos y su angustia. Quiere estar segura de que lo haré. Yo comprendo y doy mi si… “fiat”.
Ese es el fin del sueño.
“Vino Yahvé, se paró y llamó como las veces anteriores: ¨Samuel, Samuel¨. Respondió Samuel: ¡Habla, que tu siervo escucha!”. 1 Sam.3,10.
Al parecer tiene relación con otro sueño de unos días antes. Mi hermano y yo vamos a visitar a un sacerdote, amigo suyo. Entramos en el templo. Mi hermano se va a donde su amigo. Yo reconozco el arte del lugar. Ha sido un templo dominico. Hace mucho tiempo. Veo muchas imágenes de santo de la Orden y decoraciones similares.
Ingreso al templo. Camino por el centro. En el fondo está la imagen de Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán. Me postro en tierra con los brazos extendidos. De repente veo que sobre mi ropa normal llevo puesta la capa negra del hábito de la Orden. La capucha calada. No veo el hábito blanco…solo, en el borde la capucha, un filamento blanco…se parece a un claro oscuro de un cuadro barroco. En el suelo piso la misericordia a Dios y a Santo Domingo. En el sueño entiendo que la capa negra en la Orden es signo de penitencia. ¿Penitencia? ¿Eso significa el sueño?
Después de ese momento, me veo junto al amigo de mi hermano. Los dos, solos. Él es un obispo. Hablamos. Parece que nos conociéramos de siempre. En la conversación estoy a punto de pedirle un lugar para mi ermita.
Así termina el sueño.
“Vino Yahvé, se paró y llamó como las veces anteriores: ¨Samuel, Samuel¨. Respondió Samuel: ¡Habla, que tu siervo escucha!”. 1 Sam.3,10. (Bogotá, las Cruces, 17 de noviembre de 2009)

SUEÑOS CON CRISTOS


Son las 3. 57 de la mañana del día 6 de marzo de 2010. Sábado. Ayer en la noche los sospechaba. Sabía que soñaría algo peculiar. Y así fue. ¿La razón de tal certidumbre? Leí en un comentario sicológico de un tal Ballester sobre los ejercicios de san Ignacio que la comunidad SENOI era muy especial. Se trata de una tribu guiada por el ejercicio de la interpretación onírica. De ellos decía que carecían de neurosis y psicosis debido a la alta fidelidad con sus sueños. Todas estas reflexiones sucedieron a propósito de la “adición” en los ejercicios ignacianos. Según veo tal adición es una predisposición antes de dormir para tratar el tema del siguiente día; una memoria de los pasos del día siguiente. De tal modo el sueño y sus imágenes quedaban determinados o, dirigidos por tal adición.
Esa razón me llevó a otra. Al caer la tarde compartí con Darío una serie de símbolos místicos. Cuando salí de la universidad, él me esperaba en la portería. Desde allí fuimos a un parque con el fin de seguir una ruta de símbolos. Llegado al lugar, me vendó los ojos. Yo puse mi mano en su hombro y empezamos a caminar por el bosque. Él iba leyendo poemas de san Juan de la Cruz. Así pasaron unos 30 minutos. Al final de trayecto, me entregó un detalle. Abrí el sobre y había un girasol junto a otras florecitas como en granitos. Allí terminó la ruta luminosa y comenzó la interpretación. Todo versó sobre el amor místico y sobre la amistad. Claro está, le expresé que mi mayor preocupación era que todas nuestras interpretaciones se ajustaran a la voluntad de Dios. Y eso deseo.
Pues bien, con ese preámbulo me acosté a dormir. Pensaba ver una película, pero no pude. Mi mamá me hizo un remedio para los ojos. Me puso unos pañitos de te tibio para la hinchazón de los párpados. Ahora que nombro a mi mamá, me llega otro dato interesante del día de ayer. En la mañana fui a la casa de mi tía. Allí, me hizo un test para “descubrir el niño herido”. Yo tomé el test. Fue curioso. En cada sección de respuestas la puntuación oscilaba entre 10 y 13 afirmaciones. Ella me explicó la división de las sesiones: corresponden a las edades del niño hasta la adolescencia. De allí entreví algún problema para mi presente. Por ejemplo, el deseo de sobreprotección, el bloqueo sexual, el deseo de aislamiento…todos esos resultados de un segundo test en relación al primero, me hicieron ejercitar en una interpretación que brota de mi razonamiento. Hasta la fuerza más misteriosa del sexo o el trauma más profundo de la niñez tiene su aspecto divino. Dios convierta la piedra desechada por los arquitectos en construcción firme. Por eso, cualquier deseo, por ejemplo, de aislamiento, es aprovechado por Dios para realizar al sujeto como u verdadero chamán o ermitaño.
Con dichas experiencia fui a la cama. Es cierto. Cuando leía sobre los Senoi pensaba en soñar algo relacionado con un túnel, con una caverna…la razón es sencilla. Siguiendo la lectura jungiana, debía suceder así. Si en la mañana había intentado entrar en mi niñez, e incluso había escrito algo con la mano izquierda, por la noche soñaría con dicho movimiento…y la mejor forma sería introduciéndome en la cueva del inconsciente. Pero no fue del todo así.
Acabo de soñar. Me encuentro en una iglesia rural de tradición ortodoxa oriental. Lo sé por algunos símbolos. El padre Alfonso y otro joven se empeñan en enseñar las posturas católicas a los fieles. Les indican cómo deben arrodillarse, cómo deben responder, y cómo deben adorar al santísimo en el tabernáculo. Yo soy uno de los acompañantes del altar y de tal instrucción. Aunque me espanta la idea de engañar a la gente con la catequesis a lo católico. No es que lo católico sea engaño, sino, que la gente sencilla del lugar cree que el rito que llevamos a cabo es ortodoxo. Y en esa creencia permanecen allí. Sin embargo, nunca somos claros. Por ese motivo me siento mal y decido salir del la capilla a caminar.
Voy por el lugar. Algunos lugares son familiares. Subo a un pináculo y veo hacia abajo. Todo es bonito. Hay algunos potreros de verdes vivos. Son esbeltos. Decido seguir hacia arriba. Tomo una carretera. El sitio me recuerda el camino hacia el desengaño: una montaña que frecuentaba cuando era niño, y con la cual he soñado varias veces. El sitio es fresco. El camino avanza por el filo de la montaña. Se ve abajo al inmensidad del vacío y el quiebre del riachuelo. En frente de mí aparece colosal una montaña con algunas regiones taladas para dar espacio a unas casitas en madera. Así son las casitas en los bosques de los andes.
Decido sentarme un rato a contemplar los pliegues de la montaña en la cual yo estoy. Ellos bajan hacia la quebrada como contrafuertes de un castillo antiguo. Y por medio de sus ranuras sube un extraño lenguaje. Sé que el aire está hablando. Sé que hay algo por descifrar. Es un murmullo de voces que no entiendo. Aunque sí comprendo: es la voz del Espíritu. En esa paz de trasfiguración deseo quedarme, hacer mi tienda. Pero no. Ya está tarde y debo regresar, bajar. Me levanto. El sitio que dejo es una platanera con los racimos de plátanos más grandes y apetitivos que haya visto. Son tan pesados que el vástago se ha doblado y besa la tierra. Me pregunto porqué no los habrán tomado. Claro. Es peligroso. En esas zonas los guerrilleros dejan minas quiebrapatas. Es posible que ese plantío sea un cultivo de minas. Así que con mucho cuidado salgo de ahí.
Empiezo a caminar para descender cuando oído un sonido magnífico. Son unas campanas celestiales, perdidas en las montañas. Es un deleite. Mis ojos buscan a todas partes, y camino hacia delante. Allá, arriba, se asoma una torrecilla. Las campanas siguen danzando coquetas. Subo aprisa. Es un lugar de clima frío pero se siente una gran calidez.
El horizonte se abre ante mí. La montaña tiene un valle en su cima. En él hay bellos pinos y otros árboles. Avanzo por un camino de tierra negra. A mi derecha hay un grupo de eucaliptos. El camino por donde avanzo me lleva directamente a una capillita en construcción. La comunidad de ese sector está construyendo una capillita. Creo que ese es el lugar propicio para realizar nuestro proyecto con Dios. Es un lugar feliz para vivir como monje en medio de esas personas y a la vez visitar a las familias de la montaña vecina.
Me acerco. La construcción es en bloque de cemento. Es sencilla. Se compone de la nave central y de un anexo pequeño a modo de habitación para el sacerdote. La forma del techo es en pináculo, es una especie de pirámide. En la entrada hay una imagen. Creo que es la de san Pedro. Parece. Me acerco y veo que es la del Sagrado Corazón de Jesús. Él tiene su mano izquierda en su corazón. Sigo adelante. Al fondo hay otra imagen. Es la virgen María. Me da tristeza que no haya alguna imagen de un santo de mi devoción. Me llama la atención el mal gusto de los campesinos en la decoración de la imagen. La han atiborrado de flores. En esas disertaciones estoy, entonces, en el bosque de eucaliptos veo un Cristo enorme. Está crucificado en medio de dichos árboles. Es un hombre gigante. Sobre sale el color ocre de su cuerpo. Las extremidades de su cuerpo parecen distorsionarse, redoblarse y unir a la madera. Es un espectáculo único. Bello.
Camino hacia un grupo de personas, varones y mujeres. Una de ellas me ve y me pregunta que si voy a visitar a la seño (profesora) tal. No recuerdo el nombre. Yo quedo impresionado y respondo afirmativamente. Voy para allá. Si ella es la autoridad del lugar, bien me ayudará a dejarme quedar allí. Avanzo por un caminito cada vez más angosto.
Tomo a la izquierda, luego doblo a la derecha. En ese camino que va hacia el fondo del valle hay algunas casitas. A mi derecha veo una. Quizá sea allí. Me acerco a la puerta y pregunto por la profesora. Me indican que es más adelante, en la siguiente casa. Me dispongo a seguir. Antes de girar mi rostro, veo a un niño dentro de tal casa. Es un niño agradable, con sonrisa llena, con ojos apacibles y llenos de vida. Me mira con cierta bondad. Yo lo miro y le sonrío. Sigo el camino.
Llego a la siguiente casa. La señora que busco es una abuelita. Es muy anciana. Es de tez oscura. Nos saludamos como antiguos conocidos. Empezamos a hablar. En ese momento todo está claro en mi cabeza. Nuestro proyecto con Dios se puede realizar allí. Yo seré un monje. Les predicaré y en algunas ocasiones me ausentaré para visitar a otras poblaciones. Pediré permiso al obispo y por el tiempo de buena salud que me queda me dedicaré al Evangelio. Eso pienso. Empiezo a contar el proyecto. Despierto.
Al despertar no sabía qué hacer. Debía retener el sueño así que me levanté a encender la computadora. Antes de hacerlo tomé la Sagrada Escritura y abrí al azar. Salió el siguiente texto 2Cor 4, 1… “por esto, misericordiosamente investidos de este ministerio, no desfallecemos. Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso no procediendo con astucia, ni falseando la Palabra de Dios, al contrario, mediante la manifestación de la verdad nos recomendamos a toda conciencia humana delante de Dios”. Ahí termina la página de la Biblia de Jerusalén. Volteo la hoja y sin darme cuenta avanzo dos. Seguí la lectura pensando en su continuidad. Es 2 Cor 6, 14…¿Qué relación entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué comunicación entre el fiel y el infiel? ¿Qué conformidad entre el templo de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos templos de Dios vivo…” Me devolví al supuesto texto anterior y noté que había saltado de hoja. Así pues leí la continuidad del primer texto: “ Todavía nuestro Evangelio está velado, lo está para los que se pierden, para los incrédulos, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo para impedir que vean el resplandor del glorioso Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús”.
Ahora me pregunto. A qué clase de ministerio se refiere el Apóstol. Un poco más antes lo dice. En 2, 14 dice “Llegué a Troade para predicar el Evangelio de Cristo”…en 2, 17 “ciertamente no somos nosotros como muchos que negocian con la Palabra de Dios. Antes bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios, hablamos en Cristo”.
Estos textos son una clave para iluminar el sueño. Por esta razón son significativos y fueron escritos. No son parte del sueño. Fueron tomados en medio de la ensoñación, mientras prendía la luz eléctrica y luchaba para despertar del todo sin que se me escaparan los detalles. Por ahora continúo el curso de la noche y espero el día. Más tarde revisaré el estilo de este escrito. Quizá algo se me escape ahora y lo vea con más claridad después.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Teofanía en las Piñuelas 06-01-10


La edad adulta de un bautizado se tropieza con una pregunta sublime. ¿Quieres, o no, ser discípulo de Jesús, el Cristo? A mí me llegó, al inicio con el dolor de la indiferencia, y luego, con el sobrecogimiento del deseo que vuelve a ver a lo lejos, en el horizonte, al amor que tanto anhela. Oh Dios, porque solo en ti hallo la paz; mi deseo descansa en ti.
Pero cómo una persona puede atreverse a responder a tal cuestión. Con qué autoridad responde, o más difícil aún, qué ínfulas la llenan tanto de creerse llamado a ser discípulo.
Dos mío, yo creo en ti. Dame la gracia de aceptar a Jesucristo como mi Dios y Maestro. Hay una fuerza seductora en mi interior que me hace repudiar la idea de ser amaestrado. Siento en mi corazón una ola aterradora que quiere devastar todo síntoma de pequeñez. Ante la propuesta de seguir a Jesús nace la discrepancia de mi razón que me dice: “si eres igual a Jesús…para qué seguirlo…tú puedes trazar tus propios derroteros”. Y así, ese murmullo hierve en mi conciencia. Y le doy la razón. Soy Hijo de Dios de la misma manera que Cristo. Pero debo gritarle a ese murmullo una verdad plena: “Soy Hijo porque la gracia de Dios me informa, no porque lo merezca, ni menos porque mi fuerza haya ganado ese trofeo”. Más bien, por fiarme de mis fuerzas es que he perdido el fanal en el océano de la vaguedad y de la relatividad. Haz, Dios mío, que regrese a ti con todo mi ser.
Dios tierno, te ruego desde mi pequeñez que me des la gracia de buscarte y buscándote hallarte, y hallándote seguir buscándote, pero de ninguna otra manera que en el amor. Que crezca mi amor para desearte más y más; amarte hallándote y hallarte en el amor creciente. Pero acaso es que yo te busco, acaso mis fuerzas saben dónde estás presente…si mi búsqueda es amándote, entonces, tal como dice tu Palabra, Tú nos has amado primero; antes de estar en el vientre materno ya me amabas. Pues bien, eso quiere decir que te busco porque me has amado y te amo porque ya está en mí el amor eterno. Por ello te doy gracias. El amor es tu gracia, tu don que educa mi naturaleza, mis fuerzas y me arrojan a ti.
¿Dónde buscarte? En el Amor. Y ¿Quién posee el amor de Dios? Dame fuerzas Dios mío para destrozar la fortaleza que humilla mi corazón, esa vanidad ociosa, ese orgullo infame que pretende imitarte negativamente. Dame el Espíritu de guerra contra tales muros corroídos por la pereza y la comodidad. Dame voz para gritar que Jesús el mi Señor y que yo soy en cuanto que Él es.
Anoche me lanzó la gran pregunta: ¿Quieres ser mi discípulo? Y aturdido hui por senderos de dolor y de muerte. El vicio me hizo olvidar ese trueno. Pero la tempestad no se calmó. En medio de la oscuridad de mi negativa, los rayos refulgentes de tu invitación seguían alumbrando y tronando. El trueno de tu voz dejó atónita mi experiencia irresponsable. Llovió. Amaneció lloviendo. Y el olor cálido de tu aliento empezaba a quitar el asma de mi espíritu. Quita, oh Dios, la asfixia de los pulmones de mi espíritu; me estoy ahogando en las alergias que tanto daño me hacen. Pero mi confianza está puesta en ti. Ayúdame a responder al llamado de Jesús.
Pero ¿Quién es Jesús para que yo lo acepte como maestro? Desde niño me han enseñado que Él se escribe con mayúscula. Eso debido a que es Dios. El Hijo de Dios que se encarnó para elevar al hombre, varón y mujer, a la dignidad de que otorga el ser Uno en Dios. Nació de María Virgen, murió crucificado y resucitó. Dios le hizo juicio y lo halló inocente, y porque lo encontró justo en todo lo exaltó para que sea modelo de la humanidad…pero, ¿por qué me da miedo decir que es el salvador?
Pues bien. No me atrevo a responder más de cuanto me enseñaron, y eso porque son palabras de ellos, no mías. Yo las aprendí. Y con la misma alegría las quiero vaciar de mí. No negar, sino, vaciar. He adquirido ciencia en algunas ramas del pensamiento, sobre todo, en la filosofía y teología. Pero es necesario arrojarla al fuego para que se haga pura. Una especie de alquimia del saber. En cuanto a la experiencia…lo mismo. Y deseo vaciarme, despojarme no porque el conocimiento sea malo, sino porque me hace un engreído, un petulante, engolfa mi sentido de la realidad y me hace desvariar con imágenes de trueque. Con eso de vaciar trato de decir, desengordarme de la vanidad que trae consigo el conocimiento por el conocimiento. Quizá así sea más grato a los ojos de la Majestad.
Ahora me dirijo a ti, Jesús, que pasas por el camino. Te grito, “Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí”. Quizá me preguntes: “¿Qué deseas?”. Y yo te diré: “Señor, que pueda ver”. Si esa es una condición necesaria: que pueda ver que eres el maestro enviado de Dios, que eres la Revelación de Dios y que a través de ti llega la Salvación de Dios. Que pueda ver para amarte y amándote, oh encontrado, buscarte más y más. Que mis oídos oigan la voz del ángel mensajero; que mis ojos vean la estrella en el cielo; que mi espíritu se deje llevar contigo al desierto para ser construido por la Palabra; que mi los ojos del corazón descubran a cada momento el Reino creciente de Dios; Que puede verte en la cruz, herido de dolor y repleto de ternura; que te hagas el encontradizo en mi camino oscuro y que cenes conmigo…que vea Señor, que pueda ver. Que se caigan las escamas de mi vanidad y te vea con ojos sencillos, humildes.
Pues bien, quiero, sin dejar de estremecerme, responder a tu pregunta. Creo saber que si respondo que no entonces, de mi parte, romperé los lazos contigo. Pero que si mi respuesta es positiva, la primera tarea que tengo es la de conocerte y ello con todas las implicaciones que tiene. Derramar mi vaso orgulloso y llenarlo de tu ciencia a pesar del dolor que ello traiga. Sí, soy consciente de ello. Acepto. Acéptame Señor como tu discípulo.
Fiat. Quiero. Amén. Quiero ser tu discípulo, Jesús. Ahora, te pregunto, ¿Quieres aceptarme en tu escuela? Soy el más quedado de tus alumnos, ¿Me amas? Tu respuesta es tan misericordiosa, tan eterna y condescendiente. Siempre me esperas con los brazos abiertos. Amén.

EN ESPÍRITU Y EN VERDAD


HEREDEROS DE LAS PROMESAS

Los israelitas se consideran herederos de las Promesas de Dios. Y lo son. De ellos, Dios anunció a Abraham: “mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Y le dijo: así será tu descendencia” Gn. 15, 5. Tienen razón cuando se saben hijos de Abraham. Esa promesa incluye la elección. Dios ha tomado para sí a los descendientes de Abraham; son su pueblo. Y el pueblo será llevado a una nueva tierra: “Voy a dar a tu descendencia esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río Grande, el río Éufrates” Gn 15, 18b. Además, Dios cambió el nombre de Abrán por el de Abraham. Y este cambio fue señal de la Alianza. La promesa incluye la Alianza: “Por mi parte esta es mi Alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abrán, sino que tu nombre será Abraham” Gn 17, 4-5. Y en el mismo pasaje le promete ser su Dios por toda la eternidad (7b).
Pero también cierto que Juan el Bautista, “voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor…”, habla con autoridad cuando dice: “dad frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: tenemos por padre a Abraham; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham” Lc 3,8. En otras palabras, confiar en la promesa y no dar signos de ella es una falta. La Promesa no es de nombre. Ella requiere respuesta. No basta con comprobar el árbol genealógico para demostrar la pertenencia a Israel y con ella a Abraham; no basta eso para ser hijo de Abraham, hijo de la promesa. En realidad no es necesaria la línea de sangre.
Los cristianos nos consideramos también herederos de las promesas hechas a Abraham. Jesús nos dio tan magnífica herencia. Somos el pueblo de Dios, y Dios ha sellado su Alianza con nosotros también. Es más, en Jesús somos Hijos de Dios por el Espíritu de Dios. Por eso proclama san Pablo: “habéis recibido un espíritu de Hijos adoptivos que nos hace exclamar: Abba, Padre” Rm 8, 15b. Hemos sido constituidos herederos de las promesas que se cumplen en Jesús, tenemos la Alianza por su sacrificio y heredamos la tierra prometida.
Sin embargo, a nosotros también se nos dice: “Puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham”; puede, de las piedras hacer hijos de Dios, herederos de Jesús. Se aplica la misma verdad que con los judíos. La promesa no nos salva por el simple he de ser Palabra de Dios. Todos sabemos que Dios no se retracta de cuanto juró. Y como Él no se contradice, entonces se mantendrá fiel eternamente. Y es verdad. Pero el demonio también sabe eso. Satanás también se considera heredero de la Promesa.
En Lc 4, 6 el diablo tienta a Jesús: “Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque me la han entregado a mí y yo se la doy a quien quiero”. Este se tiene por heredero de la tierra. La Tierra es la promesa al pueblo de Dios en Abraham. En la tierra se debe instaurar el gobierno mesiánico. El diablo sabe que Jesús es el Mesías, lo comprendió en el momento del Bautismo (Alday), y por eso le promete un mesianismo de príncipe al estilo romano o zelote incluso. Jesús no se deja engañar. No piensa adorar a nadie más que a Dios. No piensa poner su confianza en ningún ídolo, por poderoso que parezca. Y en esa obediencia y fidelidad de amor a Dios va a la cruz. Una vez resucitado reúne a sus Apóstoles en la cima de un monte en Galilea y les anuncia: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra” Mt 28, 18. Con ello demuestra la dinámica del cumplimiento de las promesas.
El diablo es presuntuoso, como también lo pueden ser los judíos o los cristianos o cualquier persona. Se ve como heredero. Y en ello pone su confianza hasta el descaro de probar a Dios. En las tentaciones, Satanás tiene la desfachatez de citar la Escritura a Jesús: “Puesto que eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: a sus ángeles te encomendará y en sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Le recuerda la promesa del salmo 91, 11-12.
Uno puede imaginarse lo siguiente: que tal que en lugar de Satanás a Jesús, hubiere sido de Jesús a Satanás. Jesús le diría: lánzate pues está escrito, a tus ángeles ha dado órdenes para que no tropiece tu pie. Si ese hubiese sido el caso, no hay duda de que el imprudente diablo se había lanzado confiado en tal promesa. Menos mal que no fue así. Ni Jesús hubiera dicho hecho pues no tienta a nadie, ni hubiera pasado porque Jesús no es ingenuo para andar probando a Dios. Pero la imaginación puede cambiar las situaciones para poder entender mejor. Y en tal caso, Satanás hubiera quedado en ridículo. De todas maneras, frente a Jesús quedó en ridículo. Por eso se retiró hasta una nueva ocasión como dice Lc 4,13.
Volviendo al tema, Jesús no prueba a Dios. Esa sería una forma encubierta de idolatría. Quien se fía de las promesas y se echa al abandono, cae en la tentación del maligno, prueba a Dios, se arroja para comprobar que los ángeles le reciben, convierte las piedras en pan. Entonces, ¿Cómo confiar?
Voy a poner el ejemplo de David. Es un joven. Los exámenes médicos le decretaron cáncer en la sangre. Le formularon medicamentos. Pero llegó un momento en que el chavo decidió dejarlos de tomar pues le ocasionaban delirios, falta de concentración, deseos de suicidio… Frente a una vida muerta, eligió vivir bien el poco tiempo que tenía de vida. En esas cavilaciones decidió dedicarse por entero a la oración, a pedir su sanación. Él sabe perfectamente que la Palabra de Dios sana, que la luz de Dios destruye la enfermedad, sabe que Jesús concede la salud. Y tiene profunda fe en ello. Es una fe sobrenatural.
A la luz de los textos meditados, de los hijos de Abraham y de las tentaciones, la decisión de David es idolatría. Tiene su confianza en la promesa, en lo que ella vale por sí misma, tiene confianza en su fe. No confía en Dios. Sus dioses son la promesa, su fe, el poder de su oración. En cierta manera está haciendo cuanto Dios quiere; sigue la vocación de buscar a Dios. Pero el maligno ha puesto su trampa en esto. Lo apoya. Le dice, -eres heredero de la promesa, tienes fe en que Jesús te sanará, te has refugiado en la oración y en el estudio de la Ley, estas respondiendo a la Voluntad de Dios. Sigue adelante-. Y en el fondo es una tentación. Quiere que se sane por sí mismo, por sus fuerzas, por los efectos de su fe, de su contemplación. Piensa que cuanto hace es gracia de Dios, pero en realidad es esfuerzo de su voluntad. Entonces ¿Qué sentimientos debe tener?
David debe tener presenta la gracia de sanadora de Jesús, debe saberse heredero de una promesa de liberación, debe saborear la presencia de Dios en su fondo más íntimo, su luz sanadora, debe confiar en la Palabra y en el estudio de la misma…pero ese no es la finalidad de su vocación. Debe hacer cuanto se ha propuesto pero sin esperar el cumplimiento, sin presionar con su buena conducta a Dios, sin probarlo. No debe lanzarse de la torre a esperar que los ángeles le defiendan de tropezar. Si quiere dedicarse a Dios como lo está haciendo debe albergar el sentimiento de amor. Hacerlo por amor. Incluso si le vinieran todas las enfermedades del mundo, Él debe seguir amando a Dios, siéndole fiel, obediente. Amor por amor; amar por el amor mismo, no por retribución.
Esto es difícil. Se necesita mucha sutileza para entenderlo. Ya lo dijo santa Teresa: No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido. Muéveme el verte…muéveme el amor. David cumplirá con su vocación de buscar a Dios si lo hace por amor, sin esperar ni siquiera la salud de su sangre. Si Dios la da, será alegría tras alegría…si no le da nada y en cambio le llegan más daños, debe conservar su alegría como fortaleza y su amor a Dios por encima de todo. Así se librará de la tentación de querer tentar a Dios con las promesas, con la realidad salvífica de Jesús, con la oración, con la fe. Debe actuar como si no tuviera nada en su sangre, vivir como si ya hubiera sido sanado sin importar si es así o no…porque en todo, incluso en eso prima el amor.
Quizá alguien diga: es un pretensioso y un necio. Está pretendiendo poner a prueba a Dios desde el mismo momento en que optó por no tomarse las medicinas. Y podría ser verdad siempre y cuando su actitud no trascendiera al total despojo del amor. Dejó las medicinas porque no hay remedio clínico a su cáncer. Los medicamentos prolongarían un poco más su vida en condiciones dolorosas casi de locura. Ante tal evidencia optó por Dios. El error está en que su opción es de presión, de retribución. El trasfondo de su acción dice: -yo me dedico a ti por el resto de mi vida y Tú me das la salud. No te puedes negar pues eres Dios salvador. Me amas hasta el punto de darte todo por mí; hasta de darme salud. Habitas en mí y si hago explotar tu presencia como el bombardeo de un átomo, se producirá una luz tan vasta que hasta el mismo sol sentiría vergüenza de sus ropas raídas-. Ese es su error. Pide algo a cambio. En cambio, el consejo de la misma Palabra de Dios en Jesús es el de abandonarse a la Voluntad de Dios: obedecerle en la humildad y amarle despojado. Hacer explotar el fondo donde habita Dios y con esa luz sanarse pero solo si Dios lo quiere; es más sin siquiera esperarlo. Abandonarlo todo por amor a Dios.
El anterior ejemplo de David es muy dramático y complejo. Pero existen situaciones más simples de la vida ordinaria. Por ejemplo: meter el billete de lotería en la biblia para que haya más posibilidad de ganar, ir a la Eucaristía para que Dios ayude a conseguir un trabajo, evitar el mal para llegar a cielo, dar comida al hambriento para no ser juzgado tan severamente por Dios, ir a visitar santuarios para que haya un milagro... En todos esos casos hay idolatría. En todos los casos se esconde la angustia, la desesperación, el miedo. Es el mal disfrazado de necesidad. Y la persona se postra y adora al ídolo. Y quien obra así piensa que está haciendo bien. Claro está que Dios saca bien de cuanto quiere, del bien mismo y del mal incluso. Pero la verdadera actitud que enseña el Mesías de Dios, su Exegeta Jesús, es el Amor desnudo, Amor de Cruz. Adoración a Dios en Espíritu y en Verdad.
Alguien decía que el demonio entraba en donde existía la duda. La mujer dudó de la Palabra dada por Dios y pecó junto a Adán quien también dudó. Por ello entró el maligno. Entonces deducía que el único lugar donde no tenía entrada el maligno era en la plena confianza de la Palabra de Dios. Allí no entra el mal porque Dios no nos engaña puesto que Él no se contradice. Y quien piensa así está en lo cierto, aunque con peligro. La pregunta sería ¿Cómo confías? ¿Qué te mueve? Es evidente que en este caso confía en la Palabra por miedo y lo mueve el miedo que produce el mal. Confía por miedo, no por amor. Y dijimos antes que la persona podía esperar en las promesas, y creer en Dios, pero no por miedo ni por otro sentimiento idolátrico, sino por amor desnudo, despojado de toda intención que no sea la del amor mismo.
Amar incluso sin pretender con ello llamar la atención de Dios, amar sin pretender recibir respuesta. El mal si puede entrar en la confianza siempre y cuando esté motivada por otras causas extrañas al amor y llenas de idolatría. Por el contrario, es verdad, el mal no cabe en la persona que confía en la Palabra de Dios, pero sí, y solo sí, lo hace por amor obediente hasta la cruz.
Hay un caso curioso. Trata del tema de las imágenes religiosas. ¿Por qué razón se tienen imágenes? ¿No es ello idolatría, no tanto en el sentido del que hablan tanto los protestantes, sino, en cuanto a la razón de tenerlas? La mayoría de las veces una imagen de un santo, de la virgen o un Cristo, es para mitigar el temor servil que provoca el sufrimiento, o el mal. Pongo el ejemplo de Mercedes. Ella tiene un niño Jesús recién nacido, una imagen de la virgen la salud, una de Guadalupe y un ícono de la teofanía del Señor. Ella está enferma. Y vive pidiendo la salud. Cada vez que dirige su mirada hacia dichas imágenes les pide en su interior que la sanen. Con esos sentimientos regresó a la Eucaristía y a la confesión. Incluso ha pensado en hacerse monja.
Pero, luego de reflexionar descubrió una gran verdad. Ella se imagino postrada en una cama. Se vio inmóvil, totalmente paralítica. No movía ni un solo músculo exterior. Ella vio desfilar a sus hijos, a sus hermanos y amigos. A todos quería decirles algo. Y en esa angustia por comunicarse se dio cuenta de que sus sentimientos eran de total ternura, que las palabras que quería decir eran todas de ternura, de amor. Y descubrió que los ojos eran la mejor boca para hablar de ternura. Con esas ideas hizo lo posible para trasmitir la ternura a través de sus ojos y más que eso a través de su presencia. Cuando terminó de imaginar tal cosa volvió sus ojos a sus imágenes religiosas y comprendió todo. En ese cuerpo inmóvil de porcelana, de madera o de papel, en esa parálisis de la materia existe una fuerza de ternura, de amor; un presencia tierna y amante. Desde aquel momento decidió tener sus imágenes por la ternura y el amor que le comunicaban. Decidió dejar de pedir el milagro de la salud y se dedicó a buscar la fuente de dicho amor.
Dn 3, 16-18: “No tenemos que responder sobre este asunto. Si el Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego y de tu poder, majestad, nos librará. Pero, si no lo hace, has de saber, majestad, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido”.