domingo, 21 de marzo de 2010

SUEÑOS CON CRISTOS


Son las 3. 57 de la mañana del día 6 de marzo de 2010. Sábado. Ayer en la noche los sospechaba. Sabía que soñaría algo peculiar. Y así fue. ¿La razón de tal certidumbre? Leí en un comentario sicológico de un tal Ballester sobre los ejercicios de san Ignacio que la comunidad SENOI era muy especial. Se trata de una tribu guiada por el ejercicio de la interpretación onírica. De ellos decía que carecían de neurosis y psicosis debido a la alta fidelidad con sus sueños. Todas estas reflexiones sucedieron a propósito de la “adición” en los ejercicios ignacianos. Según veo tal adición es una predisposición antes de dormir para tratar el tema del siguiente día; una memoria de los pasos del día siguiente. De tal modo el sueño y sus imágenes quedaban determinados o, dirigidos por tal adición.
Esa razón me llevó a otra. Al caer la tarde compartí con Darío una serie de símbolos místicos. Cuando salí de la universidad, él me esperaba en la portería. Desde allí fuimos a un parque con el fin de seguir una ruta de símbolos. Llegado al lugar, me vendó los ojos. Yo puse mi mano en su hombro y empezamos a caminar por el bosque. Él iba leyendo poemas de san Juan de la Cruz. Así pasaron unos 30 minutos. Al final de trayecto, me entregó un detalle. Abrí el sobre y había un girasol junto a otras florecitas como en granitos. Allí terminó la ruta luminosa y comenzó la interpretación. Todo versó sobre el amor místico y sobre la amistad. Claro está, le expresé que mi mayor preocupación era que todas nuestras interpretaciones se ajustaran a la voluntad de Dios. Y eso deseo.
Pues bien, con ese preámbulo me acosté a dormir. Pensaba ver una película, pero no pude. Mi mamá me hizo un remedio para los ojos. Me puso unos pañitos de te tibio para la hinchazón de los párpados. Ahora que nombro a mi mamá, me llega otro dato interesante del día de ayer. En la mañana fui a la casa de mi tía. Allí, me hizo un test para “descubrir el niño herido”. Yo tomé el test. Fue curioso. En cada sección de respuestas la puntuación oscilaba entre 10 y 13 afirmaciones. Ella me explicó la división de las sesiones: corresponden a las edades del niño hasta la adolescencia. De allí entreví algún problema para mi presente. Por ejemplo, el deseo de sobreprotección, el bloqueo sexual, el deseo de aislamiento…todos esos resultados de un segundo test en relación al primero, me hicieron ejercitar en una interpretación que brota de mi razonamiento. Hasta la fuerza más misteriosa del sexo o el trauma más profundo de la niñez tiene su aspecto divino. Dios convierta la piedra desechada por los arquitectos en construcción firme. Por eso, cualquier deseo, por ejemplo, de aislamiento, es aprovechado por Dios para realizar al sujeto como u verdadero chamán o ermitaño.
Con dichas experiencia fui a la cama. Es cierto. Cuando leía sobre los Senoi pensaba en soñar algo relacionado con un túnel, con una caverna…la razón es sencilla. Siguiendo la lectura jungiana, debía suceder así. Si en la mañana había intentado entrar en mi niñez, e incluso había escrito algo con la mano izquierda, por la noche soñaría con dicho movimiento…y la mejor forma sería introduciéndome en la cueva del inconsciente. Pero no fue del todo así.
Acabo de soñar. Me encuentro en una iglesia rural de tradición ortodoxa oriental. Lo sé por algunos símbolos. El padre Alfonso y otro joven se empeñan en enseñar las posturas católicas a los fieles. Les indican cómo deben arrodillarse, cómo deben responder, y cómo deben adorar al santísimo en el tabernáculo. Yo soy uno de los acompañantes del altar y de tal instrucción. Aunque me espanta la idea de engañar a la gente con la catequesis a lo católico. No es que lo católico sea engaño, sino, que la gente sencilla del lugar cree que el rito que llevamos a cabo es ortodoxo. Y en esa creencia permanecen allí. Sin embargo, nunca somos claros. Por ese motivo me siento mal y decido salir del la capilla a caminar.
Voy por el lugar. Algunos lugares son familiares. Subo a un pináculo y veo hacia abajo. Todo es bonito. Hay algunos potreros de verdes vivos. Son esbeltos. Decido seguir hacia arriba. Tomo una carretera. El sitio me recuerda el camino hacia el desengaño: una montaña que frecuentaba cuando era niño, y con la cual he soñado varias veces. El sitio es fresco. El camino avanza por el filo de la montaña. Se ve abajo al inmensidad del vacío y el quiebre del riachuelo. En frente de mí aparece colosal una montaña con algunas regiones taladas para dar espacio a unas casitas en madera. Así son las casitas en los bosques de los andes.
Decido sentarme un rato a contemplar los pliegues de la montaña en la cual yo estoy. Ellos bajan hacia la quebrada como contrafuertes de un castillo antiguo. Y por medio de sus ranuras sube un extraño lenguaje. Sé que el aire está hablando. Sé que hay algo por descifrar. Es un murmullo de voces que no entiendo. Aunque sí comprendo: es la voz del Espíritu. En esa paz de trasfiguración deseo quedarme, hacer mi tienda. Pero no. Ya está tarde y debo regresar, bajar. Me levanto. El sitio que dejo es una platanera con los racimos de plátanos más grandes y apetitivos que haya visto. Son tan pesados que el vástago se ha doblado y besa la tierra. Me pregunto porqué no los habrán tomado. Claro. Es peligroso. En esas zonas los guerrilleros dejan minas quiebrapatas. Es posible que ese plantío sea un cultivo de minas. Así que con mucho cuidado salgo de ahí.
Empiezo a caminar para descender cuando oído un sonido magnífico. Son unas campanas celestiales, perdidas en las montañas. Es un deleite. Mis ojos buscan a todas partes, y camino hacia delante. Allá, arriba, se asoma una torrecilla. Las campanas siguen danzando coquetas. Subo aprisa. Es un lugar de clima frío pero se siente una gran calidez.
El horizonte se abre ante mí. La montaña tiene un valle en su cima. En él hay bellos pinos y otros árboles. Avanzo por un camino de tierra negra. A mi derecha hay un grupo de eucaliptos. El camino por donde avanzo me lleva directamente a una capillita en construcción. La comunidad de ese sector está construyendo una capillita. Creo que ese es el lugar propicio para realizar nuestro proyecto con Dios. Es un lugar feliz para vivir como monje en medio de esas personas y a la vez visitar a las familias de la montaña vecina.
Me acerco. La construcción es en bloque de cemento. Es sencilla. Se compone de la nave central y de un anexo pequeño a modo de habitación para el sacerdote. La forma del techo es en pináculo, es una especie de pirámide. En la entrada hay una imagen. Creo que es la de san Pedro. Parece. Me acerco y veo que es la del Sagrado Corazón de Jesús. Él tiene su mano izquierda en su corazón. Sigo adelante. Al fondo hay otra imagen. Es la virgen María. Me da tristeza que no haya alguna imagen de un santo de mi devoción. Me llama la atención el mal gusto de los campesinos en la decoración de la imagen. La han atiborrado de flores. En esas disertaciones estoy, entonces, en el bosque de eucaliptos veo un Cristo enorme. Está crucificado en medio de dichos árboles. Es un hombre gigante. Sobre sale el color ocre de su cuerpo. Las extremidades de su cuerpo parecen distorsionarse, redoblarse y unir a la madera. Es un espectáculo único. Bello.
Camino hacia un grupo de personas, varones y mujeres. Una de ellas me ve y me pregunta que si voy a visitar a la seño (profesora) tal. No recuerdo el nombre. Yo quedo impresionado y respondo afirmativamente. Voy para allá. Si ella es la autoridad del lugar, bien me ayudará a dejarme quedar allí. Avanzo por un caminito cada vez más angosto.
Tomo a la izquierda, luego doblo a la derecha. En ese camino que va hacia el fondo del valle hay algunas casitas. A mi derecha veo una. Quizá sea allí. Me acerco a la puerta y pregunto por la profesora. Me indican que es más adelante, en la siguiente casa. Me dispongo a seguir. Antes de girar mi rostro, veo a un niño dentro de tal casa. Es un niño agradable, con sonrisa llena, con ojos apacibles y llenos de vida. Me mira con cierta bondad. Yo lo miro y le sonrío. Sigo el camino.
Llego a la siguiente casa. La señora que busco es una abuelita. Es muy anciana. Es de tez oscura. Nos saludamos como antiguos conocidos. Empezamos a hablar. En ese momento todo está claro en mi cabeza. Nuestro proyecto con Dios se puede realizar allí. Yo seré un monje. Les predicaré y en algunas ocasiones me ausentaré para visitar a otras poblaciones. Pediré permiso al obispo y por el tiempo de buena salud que me queda me dedicaré al Evangelio. Eso pienso. Empiezo a contar el proyecto. Despierto.
Al despertar no sabía qué hacer. Debía retener el sueño así que me levanté a encender la computadora. Antes de hacerlo tomé la Sagrada Escritura y abrí al azar. Salió el siguiente texto 2Cor 4, 1… “por esto, misericordiosamente investidos de este ministerio, no desfallecemos. Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso no procediendo con astucia, ni falseando la Palabra de Dios, al contrario, mediante la manifestación de la verdad nos recomendamos a toda conciencia humana delante de Dios”. Ahí termina la página de la Biblia de Jerusalén. Volteo la hoja y sin darme cuenta avanzo dos. Seguí la lectura pensando en su continuidad. Es 2 Cor 6, 14…¿Qué relación entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué comunicación entre el fiel y el infiel? ¿Qué conformidad entre el templo de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos templos de Dios vivo…” Me devolví al supuesto texto anterior y noté que había saltado de hoja. Así pues leí la continuidad del primer texto: “ Todavía nuestro Evangelio está velado, lo está para los que se pierden, para los incrédulos, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo para impedir que vean el resplandor del glorioso Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús”.
Ahora me pregunto. A qué clase de ministerio se refiere el Apóstol. Un poco más antes lo dice. En 2, 14 dice “Llegué a Troade para predicar el Evangelio de Cristo”…en 2, 17 “ciertamente no somos nosotros como muchos que negocian con la Palabra de Dios. Antes bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios, hablamos en Cristo”.
Estos textos son una clave para iluminar el sueño. Por esta razón son significativos y fueron escritos. No son parte del sueño. Fueron tomados en medio de la ensoñación, mientras prendía la luz eléctrica y luchaba para despertar del todo sin que se me escaparan los detalles. Por ahora continúo el curso de la noche y espero el día. Más tarde revisaré el estilo de este escrito. Quizá algo se me escape ahora y lo vea con más claridad después.

No hay comentarios:

Publicar un comentario