miércoles, 10 de febrero de 2010

Teofanía en las Piñuelas 06-01-10


La edad adulta de un bautizado se tropieza con una pregunta sublime. ¿Quieres, o no, ser discípulo de Jesús, el Cristo? A mí me llegó, al inicio con el dolor de la indiferencia, y luego, con el sobrecogimiento del deseo que vuelve a ver a lo lejos, en el horizonte, al amor que tanto anhela. Oh Dios, porque solo en ti hallo la paz; mi deseo descansa en ti.
Pero cómo una persona puede atreverse a responder a tal cuestión. Con qué autoridad responde, o más difícil aún, qué ínfulas la llenan tanto de creerse llamado a ser discípulo.
Dos mío, yo creo en ti. Dame la gracia de aceptar a Jesucristo como mi Dios y Maestro. Hay una fuerza seductora en mi interior que me hace repudiar la idea de ser amaestrado. Siento en mi corazón una ola aterradora que quiere devastar todo síntoma de pequeñez. Ante la propuesta de seguir a Jesús nace la discrepancia de mi razón que me dice: “si eres igual a Jesús…para qué seguirlo…tú puedes trazar tus propios derroteros”. Y así, ese murmullo hierve en mi conciencia. Y le doy la razón. Soy Hijo de Dios de la misma manera que Cristo. Pero debo gritarle a ese murmullo una verdad plena: “Soy Hijo porque la gracia de Dios me informa, no porque lo merezca, ni menos porque mi fuerza haya ganado ese trofeo”. Más bien, por fiarme de mis fuerzas es que he perdido el fanal en el océano de la vaguedad y de la relatividad. Haz, Dios mío, que regrese a ti con todo mi ser.
Dios tierno, te ruego desde mi pequeñez que me des la gracia de buscarte y buscándote hallarte, y hallándote seguir buscándote, pero de ninguna otra manera que en el amor. Que crezca mi amor para desearte más y más; amarte hallándote y hallarte en el amor creciente. Pero acaso es que yo te busco, acaso mis fuerzas saben dónde estás presente…si mi búsqueda es amándote, entonces, tal como dice tu Palabra, Tú nos has amado primero; antes de estar en el vientre materno ya me amabas. Pues bien, eso quiere decir que te busco porque me has amado y te amo porque ya está en mí el amor eterno. Por ello te doy gracias. El amor es tu gracia, tu don que educa mi naturaleza, mis fuerzas y me arrojan a ti.
¿Dónde buscarte? En el Amor. Y ¿Quién posee el amor de Dios? Dame fuerzas Dios mío para destrozar la fortaleza que humilla mi corazón, esa vanidad ociosa, ese orgullo infame que pretende imitarte negativamente. Dame el Espíritu de guerra contra tales muros corroídos por la pereza y la comodidad. Dame voz para gritar que Jesús el mi Señor y que yo soy en cuanto que Él es.
Anoche me lanzó la gran pregunta: ¿Quieres ser mi discípulo? Y aturdido hui por senderos de dolor y de muerte. El vicio me hizo olvidar ese trueno. Pero la tempestad no se calmó. En medio de la oscuridad de mi negativa, los rayos refulgentes de tu invitación seguían alumbrando y tronando. El trueno de tu voz dejó atónita mi experiencia irresponsable. Llovió. Amaneció lloviendo. Y el olor cálido de tu aliento empezaba a quitar el asma de mi espíritu. Quita, oh Dios, la asfixia de los pulmones de mi espíritu; me estoy ahogando en las alergias que tanto daño me hacen. Pero mi confianza está puesta en ti. Ayúdame a responder al llamado de Jesús.
Pero ¿Quién es Jesús para que yo lo acepte como maestro? Desde niño me han enseñado que Él se escribe con mayúscula. Eso debido a que es Dios. El Hijo de Dios que se encarnó para elevar al hombre, varón y mujer, a la dignidad de que otorga el ser Uno en Dios. Nació de María Virgen, murió crucificado y resucitó. Dios le hizo juicio y lo halló inocente, y porque lo encontró justo en todo lo exaltó para que sea modelo de la humanidad…pero, ¿por qué me da miedo decir que es el salvador?
Pues bien. No me atrevo a responder más de cuanto me enseñaron, y eso porque son palabras de ellos, no mías. Yo las aprendí. Y con la misma alegría las quiero vaciar de mí. No negar, sino, vaciar. He adquirido ciencia en algunas ramas del pensamiento, sobre todo, en la filosofía y teología. Pero es necesario arrojarla al fuego para que se haga pura. Una especie de alquimia del saber. En cuanto a la experiencia…lo mismo. Y deseo vaciarme, despojarme no porque el conocimiento sea malo, sino porque me hace un engreído, un petulante, engolfa mi sentido de la realidad y me hace desvariar con imágenes de trueque. Con eso de vaciar trato de decir, desengordarme de la vanidad que trae consigo el conocimiento por el conocimiento. Quizá así sea más grato a los ojos de la Majestad.
Ahora me dirijo a ti, Jesús, que pasas por el camino. Te grito, “Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí”. Quizá me preguntes: “¿Qué deseas?”. Y yo te diré: “Señor, que pueda ver”. Si esa es una condición necesaria: que pueda ver que eres el maestro enviado de Dios, que eres la Revelación de Dios y que a través de ti llega la Salvación de Dios. Que pueda ver para amarte y amándote, oh encontrado, buscarte más y más. Que mis oídos oigan la voz del ángel mensajero; que mis ojos vean la estrella en el cielo; que mi espíritu se deje llevar contigo al desierto para ser construido por la Palabra; que mi los ojos del corazón descubran a cada momento el Reino creciente de Dios; Que puede verte en la cruz, herido de dolor y repleto de ternura; que te hagas el encontradizo en mi camino oscuro y que cenes conmigo…que vea Señor, que pueda ver. Que se caigan las escamas de mi vanidad y te vea con ojos sencillos, humildes.
Pues bien, quiero, sin dejar de estremecerme, responder a tu pregunta. Creo saber que si respondo que no entonces, de mi parte, romperé los lazos contigo. Pero que si mi respuesta es positiva, la primera tarea que tengo es la de conocerte y ello con todas las implicaciones que tiene. Derramar mi vaso orgulloso y llenarlo de tu ciencia a pesar del dolor que ello traiga. Sí, soy consciente de ello. Acepto. Acéptame Señor como tu discípulo.
Fiat. Quiero. Amén. Quiero ser tu discípulo, Jesús. Ahora, te pregunto, ¿Quieres aceptarme en tu escuela? Soy el más quedado de tus alumnos, ¿Me amas? Tu respuesta es tan misericordiosa, tan eterna y condescendiente. Siempre me esperas con los brazos abiertos. Amén.

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