
¿PARA QUÉ ESTUDIO TEOLOGÍA?
Reflexión a partir de texto de Gustavo Baena, El método antropológico trascendental.
El hombre, varón y mujer, puede gobernar el presente. Pero es una tarea difícil. A decir verdad es un proceso. Por eso, cuando emprende una tarea corre el riesgo de dejar escurrir entre los dedos la realidad de dicha obra. Su comprensión no es suficiente para abarcar el presente. Y más cuando el ajetreo diario ensordece la mente. Con esto digo que es necesario reflexionar sobre los actos a fin de conocerlos. El gobierno procede del conocimiento. Para que la persona humana se adueñe de su presente es conveniente conocer.
Hace mucho tiempo que Sócrates planteo el conocimiento interior como modo de llegar a la verdad. Un personaje más reciente, Rahner, propone algo parecido. El hombre se constituye por su ser trascendente. Ese es su sustrato, su fundamento. Y aunque "es imposible que un concepto objetal pueda representar adecuadamente ese infinito horizonte…" (Baena, 70), la labor del hombre es poseer el ser, llegar a la "Luminosidad". Eso es equivalente a "conócete a ti mismo". En otras palabras, quien conozca (acto sosegado) su trascendentalidad podrá dominar su presente.
Y ¿Cuál es la labor del teólogo? En estos días renuncié al trabajo de profesor en un colegio del Huila. Allá dejé a mis estudiantes. Ellos eran la razón de ser de mis reflexiones. Me vine para Bogotá. Fue una decisión zanjada con hacha. Comencé a estudiar la maestría en teología en la Javeriana. Tuve la oportunidad de enseñar en un colegio de señoritas, pero no se dio nada. No pudimos ajustar los horarios de las clases en el plantel con los de mi posgrado. Mi horario actual es, en la mañana recibo dos horas de seminarios y el resto de día me queda libre para leer y reflexionar. Ese tiempo libre se me está escapando de las manos. Todavía no me acostumbro a la vida sin alumnos. Camino por las calles de la capital, las paredes se sobrecogen del frío, la gente incorpora sobre su propia calor, las calles se tornas resbaladizas. Yo voy callado, nada me significa. No comprendo el sentido de mi presencia en esta ciudad. Pienso. Cuando estudiaba el pregrado caminaba por las mismas calles. Iba encabritado. A veces marchaba como si fuera parte del ejército más glorioso del mundo. Siempre veía los rostros. Atisbaba con curiosidad los ademanes de los citadinos. Me sentía artista, loco, poeta.
Ahora que estudio la maestría siento un peso. Parece que la fuerza de gravedad ha aumentado ¿O será la curvatura espacio-temporal? En fin, llevo a cuestas un peso. No soy el soñador de antes. He experimentado un cambio en la autocomprensión de mi masculinidad. ¿Será que Darío tiene razón? En mi paso por el Huila, ¿Habré equilibrado mi masculinidad? Hoy fui a ver pinturas al museo Botero. A parte de una calavera pintada por Picasso, ninguna obra me significó nada. Ya conocía esas obras, pero no me decían nada. Algunas, muy valoradas por mi en el pasado, ahora me parecían insulsas, pintura desperdiciada. Esta actitud está acompañada de una reducción en mis impulsos sexuales. Si el deseo es relación del Otro, entonces mi Otro se ha desvanecido. Y esto en varios sentidos. Por ejemplo, antes leía literatura o veía cine para estar a la altura de los famosos. Me sentía grande. Incursionaba en los textos con ahínco. Los desentrañaba para dominarlos. No me dejaba reducir por nadie. Pero ya no siento esa necesidad. Me da igual que García Márquez sea del realismo mágico o que Llosa haya escrito la ciudad de los perros. Claro, solo las grandes obras, como alguna de Picasso, me conmocionan. ¿Qué me sucede?
Ante el paisaje tan gris, ante esta masa tan deforme, ¿Qué me queda? Debo reconocer que esta actitud de dejamiento me viene junto a un acercamiento a las Sagradas Escrituras en sus textos originales, griego y hebreo. Me ha nacido una profunda necesidad de ser fiel a la Palabra…pero, cosa curiosa, siento un especial afecto por la forma de la letra hebrea. Siento que ese grupo de figurillas ejercen una fuerza en mi conducta. Y a medida que me acerco a su conocimiento, más detesto lo que antes tanto valoraba.
Estas circunstancias me llevaron a preguntar ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué soy? Ya no soy loco, poeta, soñador, escritor, pintor, ¿Qué soy? ¿A qué se debe tanto peso? ¿De dónde viene? ¿Qué es? Una cosa es cierta. Con la maestría en teología siento que he vuelto a encarrilar mi tren. En el interior oigo un eco. "Por la sangre me corre teología". Me lo he creído. ¿Será un nuevo capricho? O ¿Habré vuelto a mi fundamento? Quizá Rahner tenga razón. Solo seré auténtico si me ilumino, en la subjetividad.
Pero entonces, ¿No es agresividad hacia el prójimo sentirlo como masa informe? No. Porque también me han crecido unas fimbrias raras. Perciben la mirada de Dios en los ojos de los desprotegidos. Siento a Dios furioso por la injusticia en los niños de la calle…eso me sucedió especialmente con un niño ladrón en una avenida. Parece que es el ocaso de algunos ídolos de mi interior. Parece ser que Dios está despellejando a este pobre teólogo. Ahora si cabe una pregunta esencialísima ¿Cuál es mi tarea como teólogo?
En esto me ayuda Baena en su comentario a Rahner, "la tarea del teólogo será diferenciar las motivaciones profundas del comportamiento humano y discernirlas bajo el criterio fundamental de la revelación en su totalidad" (Baena p 78) Esta tarea me sitúa de nuevo. Me lleva a recuperar el trabajo anterior a mi grado de licenciatura. Ese saber no es tan fastidioso. En realidad es muy útil para conocer la verdad del fundamento humano. Se trata de "interrogarse sobre el estado actual del hombre en el ejercicio de su propia existencia". Y bajo esta bandera caben todos los estudios humanos. Aquí tiene pieza la pintura, el cine, la literatura, la filosofía, la física, la matemática, la mecánica…todo. Porque todo acto humano ilumina al mismo humano; toda antropología quiere constituir la realidad humana. Con el auxilio de Rahner creo que me vuelvo a situar en estas callejas de Bogotá, los rostros pueden recuperar sentido…aunque con una diferencia, no con el deseo de exaltar mi ego, sino con la intención de llegar al sustrato trascendental del ser humano: Dios mismo. Ya me imagino examinando las "motivaciones profundas" del ser humano para hallar "la tendencia del acto creador". Me veo ayudándome de los descubrimientos de Lacan para desenredar la madeja del sujeto y alcanzar al atardecer, por lo menos, de la Revelación.
La tarea concreta que me impone la voz de Dios en la maestría de Teología es "hacer de una determinada situación humana un lugar teológico" (p. 79).
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