viernes, 11 de septiembre de 2009

Tú en mí. ¿Yo en ti?

SALMO 139

El que eres, Tú te sumerges en mí y me conoces; sabes mi actitud y mi opinión,
Mis pensamientos son claros ante tu mirada.
Si voy por el camino, allí, oculto, vas espiándome,
Si estoy acostado, a mis pies te hallas. Mis rutas son tus amigas.
Nada puedo pensar sin que antes no haya pasado por tu conocimiento.
Me abrazas, tus brazos me rodean el pecho y la espalda. Tus manos son vigorosas.
Tu misterio es una ciencia inexorable, y aún así, me llevas de la mano a ella.
¿Quiero huir? ¿A dónde? Tu fragancia me envuelve, tu rostro me acaricia.
No hay lugar en donde no estés.
Madrugo, tu rocío me humedece;
Voy al mar, el fragor de tu voz me arrulla.
Hago un castillo de oscuridad y pecado, y tu luz rompe las fortalezas;
Ni mi noche más brumosa se resiste a tu presencia.
Porque has formado cada órgano de mi cuerpo.
Hilabas mi cuerpecito en el vientre de mi madre. Te doy gracias por tu obra;
Ningún artista te iguala.
Con tus venas me das sangre. Como raíces en lo hondo de la tierra,
Tus entrañas sondeaban mi gelatina. Aquel embrión danzaba ante tu mirada.
Todos mis actos buscan tu atención.
Y Tú, generoso, poeta y literato, escribías mis avances.
Porque todos mis actos eran vistos con alegría. Todo está en tu libro. Allí me planeas.
Tus pensamientos fueron grabados en mi carne.
Ni son grava para mi cerebro, aunque sí son inconmensurables.
¡Que yo huya del mal! El mal no te es grato.
Te resistes a él, aunque siempre lo uses en tu favor.
Que odie la sangre derramada con violencia, pero que ame al pecador.
Que calle el labio empedernido, que su voz turbia se haga clara.
Que odie con pasión los ídolos, máscaras de teatro que pretenden imitarte,
Que te buscan sin contar contigo. Pero que siempre sienta compasión del hombre.
Mete tu mano en mi intimidad, pálpame, saboréame, conoce mi azúcar, mi sal y mi amargura.
Pisa mis uvas avergonzadas de dolor, y condúceme eternamente hacia ti. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario